( Ciclista, Témpera sobre cartulina negra, 50x27, 2009)
Empezé a aficionarme al ciclismo un verano del 82, cuando los mundiales del naranjito, escuchando a Serrat retransmitiendo para la cadena Ser las hazañas de Angel Arroyo en la montaña. Me aficioné del todo con Perico Delgado dejando clavado a sus rivales en empinadísimas rampas, con sus imperfecciones y sus inoportunas pájaras pero con un estilo y una clase tan peculiar que no dejaba a nadie indiferente.
Seguía la Vuelta y el Giro pero era el Tour el rey de todas las rondas, con su dureza en la montaña- Pirineos y Alpes-, montañas tan dificil de subir y de pronunciar como el Alpe D´huez, Tourmalet, Le Madeleine y el de ayer, el Mount Ventoux que pasaron a formar parte de nuestro argot más cotidiano. Verano tras verano y a la hora de la siesta, el tour se convirtió en una muy agradable compañía.
Con Indurain nos acostumbramos a ganar, y en esa costumbre que se convierte en rutina, echaba uno de menos tiempos , no tan cargados de gloria, donde las épicas y las victorias se saboreaban mucho más, echaba de menos a Perico y sus arranques frente a la frialdad ganadora de Miguelón. En éstas hasta me olvidé de nacionalismos deportivos y simpatizé con Pantani, que se parecía más a Perico que el maquinal Indurain.
Hoy acaba una edición del tour de nuevo con triunfo español, cuarto consecutivo tras los sietes de Armstrong ( ese apellido ¿ no tuvo bastante con la luna?) y Alberto Contador que gana por segunda vez. Ayer en Mount Ventoux se vivió una buena etapa, con algún ataque y duras rampas, pero parece que con los tiempos nada es igual y que uno ve devaluada su afición, añorando sobremanera, las tardes de verano que nos brindaban los ataques de Perico, Arroyo y el Pirata Pantani.
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