viernes, 7 de agosto de 2009

Difunto


(Acuarela sobre papel Manila, 23x31, 2009)

Hoy ha sido día de sepelio en el tanatorio de la SE 30: el finado, un viejo amigo de mi suegro, que le ha sobrevivido 26 años. Cuando apenas se ha conocido al difunto, se siente uno un tanto ajeno y distante en estos velorios, un poco estorbo dentro del dolor de los más cercanos.

En el cementerio aprovechamos para informarnos de la situación de mi suegro cuyo nicho parece haber caducado hace seis meses. Una despreocupada y ausente burócrata de la muerte - en el fondo eso son las oficinistas de los camposantos - nos informa del lugar exacto donde se encuentran los huesos y nos da un planito con el cual, como piratas, nos aventuramos a buscar, perdiéndonos bajo el potente sol del agosto sevillano y alucinando ante el gusto Kistch de algunas tumbas y el triste abandono en el que se encuentra el cementerio. Al final lo encontramos al laíto de Don Antonio Machín cuya tumba es famosa porque todos los años, en su aniversario, los cubanos cantan a su lado y le derraman una botella de Ron. Paradójicamente mi suegro murió en la misma habitación en la que, por entonces, agonizaba otro Don Antonio famoso por su voz: Don Antonio Mairena a cuyo cante era gran aficionado.

De la visita al camposanto me quedo con la visión lejana del cristo de la miel de Susillo y la emoción que siempre me embarga cuando veo el genial mausoleo de Joselito de Mariano Benlliure, con las tumbas a sus pies de los Gallos, Sanchez Mejías y Doña Gabriela Ortega.

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