fondonegro: julio 2012

martes, 31 de julio de 2012

Joven con movil

Acrílico sobre papel, 32x21, 2012
Versión en acrílico del dibujillo que hice el domingo en el Food Court del casino Palms, uno de los más frecuentados esta temporada.

lunes, 30 de julio de 2012

viernes, 27 de julio de 2012

Muchachas

Acrílico sobre papel, 32x21, 2012
Las ganas de coger un pincel provocan esta precipitada obra, inspirada en 2 dibujillos al natural de muchachas de las Vegas.

lunes, 23 de julio de 2012

Acuarela y rotulador, 2012
El verano pasado nos tocó presenciar la agonía de uno de nuestros espacios favoritos en las Vegas: la mítica librería Borders, un lugar para leer, escuchar música en directo y tomar un cafelito mientras buscas, hojeas, lees y escuchas. Aunque no es exactamente lo mismo, pues falla la música, la librería Barnes & Noble es el único lugar que podemos visitar para sentirnos casi como en Borders. Este dibujillo del natural de varios lectores leyendo y acomodados en sillones de piel está realizado en nuestra última visita a la librería sustituta.

miércoles, 18 de julio de 2012

Jugador

Acuarela y rotulador, 23x15, 2012
Jugador en las maquinitas de Poker en un casino de Las Vegas, acuarela sobre un apunte del natural en el casino Red Rock. Vuelvo a dibujar la fauna jugadora y los curiosos personajes que deambulan por los locales del juego.

viernes, 13 de julio de 2012

Viajera que espera

Acuarela y rotulador, 18x18, 2012
Apuntito del natural de una viajera esperando su vuelo, en el aeropuerto JFK de Nueva York.

lunes, 9 de julio de 2012

Viajero inminente

Rotulador y lápiz color,27x11, 2012

jueves, 5 de julio de 2012

Cari y Violeta en Santi Petri

Acuarela y Rotulador, 22x17, 2012
Con este dibujo inauguro un nuevo cuaderno de Playas, un block de Sketch regalado por Dick Blick, entrañable casa de materiales artísticos que solemos frecuentar por Las Vegas.
La imagen representa a Cari y Violeta, ayer en la playa chiclanera de Santi Petri, en un magnífico día de playa, de poniente dulce y excasos bañistas y con la extraña e insólita vista del restaurado castillo, con un blanco rompedor en su ahora tan perfecta atalaya. No puedo evitarlo, añoro la vieja estampa derruida y los colores marrones y tierra del viejo castillo, tan acordes con las rocas del entorno.

martes, 3 de julio de 2012

Rostro anónimo

Aguada sobre papel de estraza, 32x22, 2012

lunes, 2 de julio de 2012

Lectora de Verano

Témpera sobre cartulina, 32x23, 2012

Manolo Morgado

Por lo que pinta, uno deduce que Manolo Morgado es buena persona: hay que serlo para poner nobleza, dignidad y propiedad en todas y cada una de las figuras que pueblan su abigarrado mundo. Cabría esperarlas en sus toreros y cantaores: la tradición quiere que veamos en ellos ciertas virtudes arquetípicas de la raza. Pero esa especie de austeridad sufrida, reconcentrada, que Morgado pone en toreros y flamencos, la encontramos también en los personajes que toma de la calle o sorprende en la intimidad de sus casas o en el ambiente semiprivado de un bar. Es un mundo doliente, ma non troppo. Un mundo de hombres y mujeres, dentro de lo que cabe, resignadamente felices. Felicidad abierta, descarada, irreflexiva, sólo encuentro en el viajero que corre con su maleta por un andén, al llamado de ese “viajeros al tren” que ya no se oye en las estaciones, pero que seguimos oyendo en nuestra memoria sentimental cada vez que queremos equiparar cualquiera de nuestros viajes rutinarios con el arquetipo del Viaje, la incursión en lo desconocido, la promesa de una vida nueva. Pero los personajes de Morgado, en general, desconfían de esos transportes caprichosos de la imaginación. Saben que el tiempo es espeso como la pasta de la que están hechos, y lo ven correr mientras apuran su copa (en el bar o en casa) o se confunden con la multitud. Hay en todos ellos, incluso en los bajitos y feos, un prurito de estirarse, de sacar pecho y dignidad, de llevar con elegancia sus chaquetas y sombreros o, en el caso de las mujeres, de acomodar sus cuerpos en la atmósfera con la seguridad de quienes se saben vestidas por la luz y el aire y por la mirada ajena. Porque Manolo Morgado es, sobre todo, un mirón, un voyeur. Los mirones ven más que los demás, atisban abismos de intimidad secreta en el pliegue de una falda o en el hueco de un escote, y hacen acopio de esas imágenes arrancadas al azar con no se sabe qué intenciones. La grandeza le llega al voyeur cuando aprende a dirigir esa mirada indiscreta más allá de los pliegues de la ropa o de los mundos privados de las personas que les atraen, y la proyectan sobre la humanidad entera, para descubrir en ella gestos, posturas y abandonos que a los demás nos pasan desapercibidos. Y bien está que así sea, porque sería demasiado oneroso captar la terrible, avasalladora individualidad de todos y cada uno de los seres que se cruzan con nosotros. Ese cometido lo confiamos a la sabiduría, y a la bondad, y al buen oficio, de hombres como Manolo Morgado.

JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA

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