fondonegro: febrero 2014

jueves, 27 de febrero de 2014

Grito de cantaor

Aguada y témpera sobre papel de estraza, 42x30, 2014

miércoles, 26 de febrero de 2014

Paco de Lucía

Témpera sobre cartón, 33x21, 2014
Me autoversiono para homenajear a Paco de Lucía, muerto en Cancún esta madrugada, y me inspiro en el acrílico que publiqué hace 4 años.

viernes, 21 de febrero de 2014

Bebedor

Témpera sobre cartulina, 70x50, 1989.
Recupero este personaje de bar que me manda mi primo Guillermo y que dibujé hace ya 25 años.

jueves, 20 de febrero de 2014

Pepe de la Matrona

Grabado en relieve sobre caucho blando, 2014
Y otra obra más de Grabados Flamencos para mi exposición que se inaugura esta tarde a las 8 en los Baños árabes de Jerez.

domingo, 16 de febrero de 2014

jueves, 13 de febrero de 2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

Acrílico sobre tabla, 200x50, 1992
Esta alargada tabla con un personaje encendiéndose un cigarro mientras pasea con su periódico bajo el brazo, ocupó un estrecho espacio de la escalera que daba acceso a mi buhardilla ubriqueña de la calle Toledo, imagen que recupero muchos años después gracias a mi amigo Jose Luís.

sábado, 8 de febrero de 2014

Carmen Amaya

Linograbado, Plancha de 22x16, 2014
Estos días, estoy preparando una exposición de mis grabados flamencos, y aprovecho la ocasión para aumentar la serie, creando algunos nuevos como esta Carmen Amaya, sacada del libro del mismo nombre que han escrito Carmen Madridejos y mi amigo David Pérez Merinero y que el 7 de Marzo ayudaré a presentar en la librería ecijana de La Galatea.

martes, 4 de febrero de 2014

Cantaor en relieve

Grabado sobre Milan Print Block, plancha de 14x10, 2014

Manolo Morgado

Por lo que pinta, uno deduce que Manolo Morgado es buena persona: hay que serlo para poner nobleza, dignidad y propiedad en todas y cada una de las figuras que pueblan su abigarrado mundo. Cabría esperarlas en sus toreros y cantaores: la tradición quiere que veamos en ellos ciertas virtudes arquetípicas de la raza. Pero esa especie de austeridad sufrida, reconcentrada, que Morgado pone en toreros y flamencos, la encontramos también en los personajes que toma de la calle o sorprende en la intimidad de sus casas o en el ambiente semiprivado de un bar. Es un mundo doliente, ma non troppo. Un mundo de hombres y mujeres, dentro de lo que cabe, resignadamente felices. Felicidad abierta, descarada, irreflexiva, sólo encuentro en el viajero que corre con su maleta por un andén, al llamado de ese “viajeros al tren” que ya no se oye en las estaciones, pero que seguimos oyendo en nuestra memoria sentimental cada vez que queremos equiparar cualquiera de nuestros viajes rutinarios con el arquetipo del Viaje, la incursión en lo desconocido, la promesa de una vida nueva. Pero los personajes de Morgado, en general, desconfían de esos transportes caprichosos de la imaginación. Saben que el tiempo es espeso como la pasta de la que están hechos, y lo ven correr mientras apuran su copa (en el bar o en casa) o se confunden con la multitud. Hay en todos ellos, incluso en los bajitos y feos, un prurito de estirarse, de sacar pecho y dignidad, de llevar con elegancia sus chaquetas y sombreros o, en el caso de las mujeres, de acomodar sus cuerpos en la atmósfera con la seguridad de quienes se saben vestidas por la luz y el aire y por la mirada ajena. Porque Manolo Morgado es, sobre todo, un mirón, un voyeur. Los mirones ven más que los demás, atisban abismos de intimidad secreta en el pliegue de una falda o en el hueco de un escote, y hacen acopio de esas imágenes arrancadas al azar con no se sabe qué intenciones. La grandeza le llega al voyeur cuando aprende a dirigir esa mirada indiscreta más allá de los pliegues de la ropa o de los mundos privados de las personas que les atraen, y la proyectan sobre la humanidad entera, para descubrir en ella gestos, posturas y abandonos que a los demás nos pasan desapercibidos. Y bien está que así sea, porque sería demasiado oneroso captar la terrible, avasalladora individualidad de todos y cada uno de los seres que se cruzan con nosotros. Ese cometido lo confiamos a la sabiduría, y a la bondad, y al buen oficio, de hombres como Manolo Morgado.

JOSÉ MANUEL BENÍTEZ ARIZA

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